Me
lo entregó en la primera escena, junto con el collar de consideración. Y así
como la cinta penetraba los agujeros del corsé, su esencia de Dominante
penetraba en mi vida. Y avanzaba. Un agujero y cruzar al siguiente. Un día,
cruzar al otro. Una escena, y cruzar un nuevo límite. Ajustaba la cinta.
Apretaba un poco más. Me llevaba al borde del abismo para enfrentarme a mi
propia entrega, pero yo sabía que no me dejaría caer. Su mano tensaba el corsé.
Su inteligencia tensaba la escena hasta la voluptuosidad más extrema. Su
Dominación me guiaba y me sentía segura a su lado.
Hasta
que aquella noche me dijeron que se había marchado. En un segundo eterno, se
había ido. Y lloré su partida. Y sigo llorando su ausencia, aunque siempre esté
presente.
“Si
algún día me pasa algo, olvidate de mí y seguí con tu vida”. ¿Cuántas veces me
lo dijo? Muchas. Más de las que hubiese querido oír.
Hoy
miro el corsé y me doy cuenta que dejó la cinta sin atar. Quizás haya llegado
el momento de hacer un nudo, armar un moño y seguir adelante, con sus
enseñanzas en mi mente y su imagen en mi corazón.